Los orígenes de la disciplina se remontan a estadios muy primitivos de la informática, pues muchos de sus temas fueron tratados ya por Norbert Wiener (1954, 1967, 1985), en sus libros Cibernética (publicado en 1948), The human use of human beings (en 1950) y posteriormente en Dios y Golem (de 1963). En estas obras, Wiener analiza tópicos que son todavía importantes hoy día, como la seguridad informática, el desempleo, las comunidades virtuales, etc. Sin embargo, Wiener no acuña el nombre de la disciplina: esta aportación correspondió a Walter Maner, profesor de ética médica en la Universidad de Old Dominion, quien en 1976 se dio cuenta de que el uso de las computadoras modificaba y agravaba problemas éticos tradicionales, creando también problemas totalmente nuevos. Maner decide llamar “computer ethics” a la disciplina encargada de estudiar dicha situación (de manera similar a la ética empresarial o la bioética).
Maner enseguida se embarcó en un debate
(conocido como el ‘debate de la originalidad’ [uniqueness]) con su colega
Deborah Johnsson, para quien los problemas suscitados por las computadoras no
eran totalmente nuevos, sino versiones renovadas de problemas éticos
tradicionales. En la década de los ochenta se produce una nueva aportación, el
famoso artículo de Moor (1985) en que caracteriza a los computadores como “lo
más cercano que tenemos a una herramienta universal”, por lo que pueden ser
utilizados para lograr casi cualquier objetivo, muchos de los cuales no se han
logrado anteriormente, de modo que pueden existir confusiones conceptuales y
vacíos normativos.
El primer autor que enfoca la ética informática desde esta perspectiva profesional es Donald Gotterbarn, en su artículo “Computer Ethics: Responsibility Regained”, publicado en 1991. En este texto, Gottenbarn se sorpende de que los debates sobre ética informática se hayan extendido hasta abarcar un sinfín de aspectos, que incluyen prácticamente todos los asuntosque tienen que ver o pueden relacionarse con el uso de una computadora (uno de sus ejemplos versa acerca de si es correcto vender computadoras a los países que apoyan el terrorismo). Esto implica que, paradójicamente, la disciplina haya descuidado aquellos aspectos que atañen a los profesionales de la informática (es decir, a quienes desarrollan y diseñan hardware, software o cualquier otro elemento de un sistema computacional), individuos que deben ser considerados, evidentemente, como seres morales. A juicio de Gottenbarn (1991), enfocar la disciplina en aquellas cuestiones que se hallan bajo el control de éstos (y que por tanto son objeto de sus procesos de toma de decisiones morales) es la única manera de que la disciplina cobre sentido.
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